¿QUÉ APRENDER?
¿QUÉ ENSEÑAR? ¿DE QUIÉN APRENDER? ¿A QUIÉN ENSEÑAR?
PRIMERA PARTE
¿QUÉ APRENDER?
¿QUÉ ENSEÑAR?
Esto que voy a escribir es fruto de la
reflexión sobre la formación en arte dramático, no pretende en ningún caso
sentar ninguna teoría, ni mucho menos levantar ninguna polémica, aunque, quizás
alguien se pueda sentir un tanto molesto con alguna de estas reflexiones. Si es
así, pido disculpas por adelantado. En este oficio hay tantas ideas y opiniones
como gente nos dedicamos a él y, aunque no todas son aceptables (ni mucho
menos), todas ellas son respetables… ¿no?... pues eso.
Podríamos definir el concepto aprendizaje (o
aprender) como el proceso mediante el cual adquirimos y asimilamos
conocimientos y experiencias que nos hacen crecer y desarrollarnos. Este
proceso no es exclusivo del ser humano. Todos los animales con un más o menos
complejo sistema nervioso necesitan aprender con el fin básico y fundamental de
sobrevivir. De hecho, lo primero que aprendemos son aquellas actividades que
son vitales para nuestra supervivencia: caminar, comer, comunicarnos, etc. Este
proceso primario se estructura en dos vertientes: lo que hay que hacer y lo que
no hay que hacer, lo que es bueno y lo que es malo… y se basa, en la mayoría de
los casos en “PRUEBA/ ERROR”
En el ser humano el concepto aprendizaje es
más complejo y no obedece siempre a una cuestión de supervivencia… ¿o sí?
No quiero perderme en derroteros filosóficos
o antropológicos para explicar lo que quiero decir… ni soy filósofo, ni soy
antropólogo. Soy un actor. Soy una persona pasional. Alguien que sueña cada día
en descubrir cosas nuevas… o aprender cosas nuevas y que siento la necesidad
vocacional de compartir mis conocimientos y experiencias y, sobre todo…
¡enseñar a aprender!
Pero, ¿Qué aprender? ¿Qué enseñar?
Siempre me aborda la misma idea cuando
empiezo un curso… Veo delante de mí un grupo de jóvenes que persiguen un sueño:
¿Aprender a interpretar, aprender teatro? No. Quieren ser actores y actrices y
ponen en mis manos la inmensa responsabilidad de convertirlos en actores y
actrices… Miro al suelo, aún no me atrevo a mirarlos a los ojos… hago como que
pienso, midiendo mis palabras… pero lo llevo ensayado… los miro a los ojos y
entonces, con la mayor sinceridad (ensayada) les digo: “Yo no tengo la varita
mágica para convertiros en actores y actrices. El hecho de ser actores y
actrices depende exclusivamente de vosotros. Yo sólo estoy aquí para ayudaros a
aprender, porque esto, no se enseña, se aprende”.
Se aprende del mismo modo que se aprende a
vivir. A vivir se aprende viviendo y el teatro es, a veces, el espejo en el que
el mundo se refleja y otras veces (las que a mí me gustan) el martillo que le
da forma. El teatro se aprende viviendo. Pero esto es lo difícil de transmitir
a estos alumnos: la libertad de la creación artística y para encontrar esa libertad,
nos chocamos de frente con otro obstáculo: antes de aprender a ser “otras
personas”, aprende a ser tú. Es tan difícil ser uno mismo. Ellos no vienen a
aprender a ser ellos mismos, ellos vienen a que les enseñemos a ser Hamlet,
Julieta, Segismundo o Salomé… quieren recetas, fórmulas mágicas.
Me produce, a veces, cierto desasosiego
cuando algún alumno o alumna me pregunta algo así como “¿Lo he hecho bien?”, y
yo sé que lo preguntan buscando la aprobación. Entonces contesto “¿Has sido tú?
¿Te has implicado en cuerpo en alma en la acción de dar vida al papel? ¿De
sentir como las fibras de tu personaje y las tuyas se enredan en un mar de
sentimientos y emociones, de palabras e imágenes, de recuerdos y sueños…?”
El actor es, no imita. Y eso es lo que te
piden, que hagas: que crees en quien te ve la ilusión de estar frente a
Calígula, o Julio César o Nora, o Medea, o Jasón, del mismo modo que un mago
hace aparecer una paloma de la nada o, mejor dicho, te hace creer que ha hecho
aparecer una paloma de la nada y encima está viva, ¿entiendes?… no quieren ver
la imitación de Calígula… quieren ver a Calígula y ese es tu compromiso y para
eso… NO HAY RECETAS, NO HAY FÓRMULAS. Sólo hay cuerpo, voz y alma… ni más, ni
menos.
¿Qué enseñar? ¿Qué aprender?: ¡A VIVIR!
Y para acabar esta parte, te dejo con una de
las lecciones de interpretación de un gran maestro:
HAMLET
Decid
los versos, os lo suplico, como yo los he recitado, que salgan con naturalidad
de vuestra lengua. Si los declamáis a la manera que usan muchos actores, mejor
sería dárselos a un pregonero para que los recitara. Ni hagan de sierra
vuestras manos como queriendo cortar el aire... antes bien usadlas con
delicadeza. Pues en el torrente, tempestad, en el torbellino –por decirlo así-
de vuestra pasión, habéis de hacer alarde de templanza, de mesura. Me destroza
el alma oír a un forzudo, empelucado actor, destrozar y hacer jirones la pasión
que interpreta, atronando los oídos de la chusma, que no son capaces de
entender nada que no sean las pantomimas y el estruendo. Haría azotar a los que
así obran por sobreactuar el papel de Termagante. Esto es como ser más Herodes
que el propio Herodes. Os lo ruego evitadlo.
(...)
Tampoco
exageréis la modestia, sino que debéis dejar que la discreción os guíe. Ajustad
en todo la acción a la palabra, la palabra a la acción... procurando además no
superar en modestia a la propia naturaleza, pues cualquier exageración es
contraria al arte de actuar, cuyo fin ha sido y es poner un espejo ante el
mundo; mostrarle a la virtud su propia cara, al vicio su imagen propia y a cada
época y generación su cuerpo y molde. Y esto sin exageraciones que, aunque
hacen reír al necio, irritan al discreto, cuya crítica debe pesar más en
vosotros que un teatro lleno de torpes.
(...)
Procurad
que los que hagan de bufón no digan más que lo que pone el texto, pues algunos
de ellos dan risotadas para que los espectadores más necios los secunden cuando
hay otros detalles de la comedia que merecen ser considerados. Esto es
intolerable y pone en evidencia la más estúpida de las ambiciones en los que lo
practican.
William Shakespeare
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